Tras el éxito en España de La Uruguaya y de Una noche con Sabrina Love, el escritor argentino Pedro Mairal (Buenos Aires, 1970) presenta Maniobras de evasión, una antología cuasi bibliográfica, que destripa las musas literarias, cuenta la difícil supervivencia de un adolescente en los 80 y relata evasiones varias de la adultez. Todo esto con humor y en medio de un escenario argentino complejo que -confiesa- se mantiene hasta el día de hoy.
Soy la última en entrevistar a Pedro Mairal en la seguidilla de entrevistas para promocionar su libro Maniobras de evasión. Mal horario me dan, poco antes de comer. Tengo la impresión de que va a ser telegramático, va a mirar el reloj, mis tripas y las suyas van a rugir y no voy a poder sacarle algunos temas que me gustaría desarrollar, a ser posible, con algunas copas relajantes de por medio.
Pero en realidad, la que tiene que relajarse soy yo. Llevo sus tres últimos libros plagados de post-its fluorescentes y anotaciones al margen. Me da pavor entrevistar a un “porteño canchero”, que va a contestar con preguntas, sonreír con puntos suspensivos y, quizá, dramatizará o exagerará algo. También está el pudor de haber leído sus Pornosonetos, que lo muestran -aunque sea bajo pseudónimo- como el adalid de los latin lovers unidos, versión canalla y 4.0 de un hoy cuestionado Don Juan.
Entro en el céntrico hotel de Madrid y me dicen que tengo 30 minutos. No hay tiempo para copas, ni para sacar post-its fluorescentes, ni intimidad, ni pensamientos para sonrojarme. Pero tampoco encuentro al escritor canchero, ni al latin lover que temo. En una esquina, al fondo, en medio de dos plantas y un sillón profundo, me saluda casi tímido Pedro Mairal, ataviado con una cazadora verde Peter Pan y medio fatigado del ping pong fotomatonesco de la promoción literaria. Se disculpa por el jet lag de una manera graciosa: “Hace dos días llegó a Madrid el cuerpo; ahora hay que esperar a que llegue el alma.” Comenzamos la entrevista bajo la mirada atenta de los editores. Voy a entrevistar a un escritor argentino que tiene el alma con desfase horario.
¿Qué historia hay detrás de tu último libro, Maniobras de Evasión (Libros del Asteroide, 2019)?
Yo escribía por todos lados, tenía mil textos que se me desarmaban como un acordeón. Hasta le había metido poesía a un proyecto que iniciamente se iba a llamar Once mil metros -que es la altura a la que vuelan los aviones-; luego se iba a llamar El Señor de abajo, que era el nombre del blog, y luego, Pedro y el lobo. Ya estaba perdido, perdido; no tenía rumbo. Por eso fue como un milagro cuando recibí el mail de la editora Leila Guerrero, que justo me pedía algo para un libro. Le dije: tengo esto, y le tiré una avalancha por la cabeza. Y Leila, con un oficio de editora impresionante, empezó a hachazos, esto no va, no va, no va; y encontró en este volumen de textos el libro Maniobras de evasión. Me sugirió unir todos estos cuentos en una especie de autobiografía involuntaria. Tenés que escribir sobre la enfermedad de tu mamá, tenés que escribir sobre ese accidente en ómnibus, tenés que escribir sobre el Premio Clarín… y yo le fui haciendo caso.
Se fue generando un orden “cósmico”…
Leila encuentra el libro, como los escultores que encuentran la escultura en una piedra. Lo escarba, lo saca, le pone un título, le da un orden perfecto para mí y lo convierte un poco en autobiográfico.
¿Un poco?
Empieza en la infancia, va a la adolescencia y la idea es contar cómo se forma un escritor. Me alegra muchísimo que esté en España. Además, noto que se está leyendo bien; me leen bien acá, me entienden. El Subrayador, que se publicó en Chile; La Uruguaya, que se publicó acá en España y éste, forman un poco un tríptico. Confluye todo en el tono de La Uruguaya, que es un tono coloquial, confesional, anti héroe, por momentos lírico… Inconfesable, digamos también, cosas que no se pueden decir.
Si tuviera que elegir un denominador común entre tus últimos libros editados, diría que es absolutamente lo impúdico ¿no? La Uruguaya es un desnudo de tu generación que a veces pierde la cabeza por jovencitas de 20; en los Pornosonetos está esto de desnudarse físicamente, el amor clandestino en los moteles, y en Maniobras, desnudas episodios de tu propia vida. ¿A eso debes el éxito internacional de los tres?
Podría ser, no lo había pensado así. Bueno, uno tiene más pudor en su propio país, también. Hay familiares dando vueltas, hay hijos, hermanas. Entonces, claro, el pudor va por ahí. Hay una cosa de cercanía familiar y en parte por eso en los primeros cuentos usé el seudónimo de Ramón Paz para ocultarme un poco; no soy yo. Después se transparentó la máscara, pero al principio es difícil hacerlo en el propio país. Provoca siempre unas rigideces, unos costados medio ásperos, inseguridades. Uno es más libre en otros países; por lo menos lo siento así.
Sí, en realidad pasa con toda Latinoamérica, hay una especie de hipocresía a la hora de desnudarse. Te sientes más a gusto en otros contextos, en otras tierras.
¿Dices que España es más nudista?
Sí, puede ser. Quizá tampoco hay mucha narrativa que desvele “la fórmula de la Coca Cola” en la escritura, ¿no? Es decir, que cuente intimidades sobre tu proceso creativo; yo lo leí un poco en esa clave.
¡Qué suerte que te parezca eso!, que estoy, de alguna manera, desvelando un secreto.
Quizá desmitificas el rito. Te alejas de Isabel Allende, que necesita velas y liturgia para poder inspirarse y escribir…
Sí, quizá lo hago, mostrando en realidad que lo que hay que hacer es escribir y que no hay mucho más misterio que ese. Y que todas las barreras que existen son mentales y son propias, no son externas.
Recién ahora estoy viendo cómo se está leyendo este libro acá. Pero noto mucha curiosidad por la formación de un artista; cómo se forma alguien que escribe. No hay ningún secreto, simplemente hay que ponerse a escribir y enfrentarse a uno mismo. Me enfrento a mí mismo, a mi propia estupidez, a mis propias trampas. Son todas las maniobras para escaparme de la escritura, de ser un adulto. Creo que hay un lado medio quijotesco en lo que escribo, que está en La Uruguaya y está en Maniobras, también. Eso se entiende muy bien en España, la distancia entre lo deseado y lo logrado, la distancia entre gigantes y los molinos de viento, y además hay humor en eso, al español le causa gracia. Me gusta mucho percibir en los personajes una capacidad medio trágica, tragicómica. Me parece que en España se percibe con mucha naturalidad; los españoles se ríen de la desgracia ajena porque se pueden reír de la propia, también.
Bueno, podría haber sido también un tema de monólogo. Porque últimamente has saltado hacia otras disciplinas. La música, por ejemplo, con tu dúo con Rafael Otegui Pensé que era viernes.
Sí, quizá me cansé un poco de mí mismo. La canción me saca para otro lado, la canción saca personajes y eso me fascina, saca personajes de voz. Voy encontrando formas de decirme, de decir. A veces lo encuentro en la ficción, en la no ficción, en la autoficción. Ahora lo estoy encontrando en la música. Me parece que siempre hay una energía, pero esa energía encuentra distintos caminos. A veces la poesía, a veces el cuento o la novela.
Hablas de lo tragicómico y de la tragedia y, aunque no es un hilo conductor específico en Maniobras, a través de sus páginas se va viendo entre líneas la historia de Argentina. Tu generación ha sido testigo de varias historias: los ecos de la dictadura, la dolarización, el corralito, las migraciones a Europa.
No había visto esa lectura; me interesa. Sé que pertenezco a una generación un poco huérfana de padres literarios, en el sentido de que los que deberían haber sido los padres literarios no estaban, se habían escondido o desaparecido. Quizás los padres literarios deberían haber sido Conti, Benedeto, Walsh. Soy parte de una generación criada por abuelos literarios como Borges o Cortázar. Entonces, con los abuelos pasan cosas distintas; uno con los abuelos no tiene conflictos, te miman, no hay necesidad de parricidio. Yo no escribo a pesar de Borges; yo escribo gracias a Borges, iluminado por su inteligencia, no tengo que escribir contra Borges. Esto es raro porque implica una lectura posterior de los padres, un poco tratando de cicatrizar algo que estaba ausente o roto. Es algo que siento respecto a mi generación literaria. Y después, sí, todos los quilombos económicos de la democracia supongo que están ahí, en los distintos trabajos, en las distintas cosas, viajes, en buscar ahí el pago en dólares y toda esa especie de malabarismos que hacemos los argentinos.
¿En qué estás ahora?
Todo este tiempo forma parte de la novela que no estoy escribiendo. Creo que si sale algo, saldrán unos cuentos, y luego saldrá algo parecido a un disco. Recién estamos empezando a grabar con Rafael muy de a poquito; cuesta muy caro grabar y además se hace por capas. Cada canción son capas de las guitarras, las voces, después hay que mezclar. Así que a la larga terminará saliendo algo parecido a un disco, pero probablemente sean canciones que vayan saliendo en Spotify. Después tengo intuiciones de textos largos que todavía no cuajan; tengo unos borradores dando vueltas, pero no puedo hablar mucho de eso porque es como destapar la Coca Cola y se le va el gas.
Dices que en La Uruguaya y en Maniobras te evades, pero luego entras en una rutina de promoción importante: esta semana estás en Barcelona, Santiago, luego vuelves a Madrid, das conferencias, talleres…
Sí, sí, completamente, pero me gusta hacerlo; además son rachas cortas. Vengo a Madrid, una semana promocionando el libro, dando seminarios y demás, y listo. Después vuelvo a la fila del supermercado. Me creo importante por algunos días.
¿Cuál es tu relación con Argentina, hoy?
Cambiante; en Argentina ahora hay sensación de que el dinero se derrite al sol. Esa es la sensación, hielo al sol. Ese es tu salario, es medio desesperante. Eso, a la vez está provocando consumo, la gente no ahorra. Tengo estas lucas. Listo; se queman ahora, ya, pero no hay ninguna noción de futuro; a largo plazo, nada. Sobre todo, ahora que es año electoral, es como un hormiguero pateado; nadie sabe bien para dónde van las cosas. Va a ser un año malo, ya está siéndolo. Pero bueno, ahí estamos. Siempre lo mismo. Como un tango, el eterno tango argentino.
Por fin una exposición del underground y de la contracultura de los años 70 en Catalunya. Fueron unos años de creatividad desbordante, sin cánones impuestos, vividos al margen de prebendas, partidos e instituciones. Las incoherencias del régimen franquista en su decadencia, la persecución centrada en los partidos políticos marxistas e independentistas, y la distancia geográfica que nos alejaba del centro neurálgico del poder, posibilitaron unas grietas por las que se coló una parte de la juventud inquieta y conectada con las corrientes contraculturales que llegaban de fuera.
Jaime Rosal era un tipo raro. Traducía a los franceses de la Ilustración (una gauche divine más bien olvidada), decía lo que pensaba y fumaba en pipa con delectación.
El Palau Robert prepara una exposición que reivindica la contracultura de los setenta.